HISTORIAS CORTAS

INDICE

La prudencia

El hotel

La donzella de hierro

El tren

El marionetista de la habitación limítrofe

La prudencia 


Un día el sol brilló con tal intensidad que secó el mar. Desesperados, los místicos y los profetas conjuraron, rezaron y suplicaron para que volviera. 

Tan vehementes fueron las súplicas que el sol se apagó, el mundo se heló, y un nuevo océano cayó del cielo, arrasándolo y ahogándolo todo.

Las cumbres montañosas se convirtieron en archipiélagos escarchados, y en ellos, solo algunos organismos psicrófilos permanecían ajenos al horror y la belleza del caos marino.

Y el zafiro radiante que envolvía el mundo, encontró su amenazante melodía imperturbada, porque cuando el sol volvió a brillar, los místicos guardaron silencio.

El hotel

 

Una habitación de hotel,

una sombra con los ojos muy abiertos,

no llora,

ya lo sabe 

como un gato que huele a la muerte 

se sentó a esperar la ausencia 

dijo que ojalá se fuera

luego pidió que se quedara

¿A quién esperas? 

No quiere responder.

Y si le preguntan, dirá que está llorando,

pero miente.

La donzella de hierro

 

Dice que no impetrará al cielo cuando la sometamos al tormento del agua y a la doncella de hierro. Que la maldición del silencio será el barniz sobre el ardiente rojo de los azulejos. 

Y dice que habremos de imaginar sus lágrimas para justificar nuestro fracaso. Al fin y al cabo, ¿Qué gracia tiene torturar a alguien que permanece completamente impasible?

El tren

 

Sentados frente a frente en los asientos del tren casi vacío

ambos mirábamos por la ventana

ella veía hacía dónde nos dirigíamos

yo veía lo que dejábamos atrás

me hizo pensar que nuestra situación era similar

yo sabía que ella me quería y sabía también que yo no la quería

ella miraba hacía el futuro, esperando que fuera conmigo

y yo miraba hacía un pasado del que escapaba pero que no dejaba atrás

El marionetista de la habitación limítrofe

 

El exorcista agitaba la cruz flemáticamente, inmerso en una danza macabra y ritual, con objeto de atravesar las tinieblas tras los ojos velados de la poseída.

El marionetista tiraba de los hilos a millones de eones de distancia de la marioneta.

 

Ella atravesaba a todos en la habitación, con la mirada de la espada del pecado original, los estocaba a todos excepto a mí.

En una esquina de la habitación, yo, un honrado pintor de pesadillas, desvestía la escena y mis lienzos cubrían la bruma. 

 

Y un escalofrío me recorrió el cuerpo como una tormenta en las ciudades desiertas, pues comprendí que el monstruo me estaba ignorando. Era como si yo no existiera, como si el maligno no pudiera sentirme o no tuviera interés en reconocerme.

 

¿Por qué?

Entré en pánico sin saber por qué.

¿Por qué estaba el diablo evitando mirarme?